miércoles, 28 de enero de 2015

ANTISEMITAS



Nadie puede negar que detrás de la simpatía por la causa palestina que prolifera en este país existe algún dejo de antisemitismo criollo.

Ojo, acá también se mezcla ese espíritu típicamente argentino de solidarizarse con el perdedor, con el underdog. Con el equipo africano que llega al mundial y se la banca hasta octavos.

Pero decididamente, cuando defendemos la causa palestina, a través nuestro habla el nono que vino de Italia cagado de hambre y lloraba por el Duce. Somos Miguelito. Al menos un poquito.

Enfrentémoslo: somos una nación fundada por españoles. Sí, esa madre patria de vanguardistas que fundó su Inquisición en 1784, cinco años antes de que Francia decapitara a sus reyes y ocho años después de que los Estados Unidos de América -unos talibanes cristianos que quemaban brujas- decidiera dejar de pagarle retenciones al Rey de Inglaterra por exportar su té.

Desde nuestro ground zero, desde que todo comenzó en Santiago del Estero y éramos todos unos municipales, la Iglesia Católica marcó el ritmo de cómo se iba a organizar la sociedad.

Porque acá no había nada, pero nada de veras, y la municipalidad era el feudo. Pero en la era feudal, el Rey no educa, si con suerte sabe leer. Educan los curas, y los curas cobran peaje. Te enseñan, pero te enseñan lo que a ellos les conviene.

Las cosas no mejoraron mucho con las olas migratorias que fueron renovando la composición demográfica de esta aldea de rednecks, porque acá no llegó el belga para quedarse. Llegó Giuseppe.  Tal vez peco de sarmientismo en mi elaboración. Y sí, algo de eso hay. La diferencia es que a Sarmiento los judíos no le gustaban ni medio. Después de todo, tenía apellido español. 

A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César. Y así fue en este país, al menos en los papeles. Porque hasta que llegó Roca, la consigna era: Con la Iglesia no se come ni se cura, pero al menos se educa.

¿O acaso creen que al Colegio Nacional de Buenos Aires lo fundaron unos franceses iluministas que venían de tomarse un café con Voltaire? Au contraire. Pas. Rien. Colegio de San Carlos. Y al que no le gustan los Jesuitas, que se vaya a estudiar a Rusia o a Cuba.

No es sólo antisemitismo. También somos homofóbicos y machistas. Por eso a la presidenta le decimos "la yegua". Y por eso tal vez no van a lograr que Nisman sea el Favaloro que necesitaban, pero ésa es otra discusión.


¿Está bien? No, está para el orto. Es una imbecilidad fenomenal.

Ahora: ¿Qué tan grave es nuestra patología? Nada preocupante. Se labura. Ojo, el antisemita no la pilotea, pero con laburo y disciplina se anula. La cosa acá no pasa de decirle "Ruso" al Ruso Sofovich, o de hacer un chiste medio pesadito una vez cada tanto. Como los chicos de Charlie Hebdo.

Así y todo, no somos mucho más antisemitas ni homofóbicos que los ciudadanos de Estados Unidos de Norteamérica. Tenemos menos armas de fuego, además, lo que nos hace mucho menos peligrosos.

La realidad es que muchos no son antisemitas. Seguramente al rati que te para en la calle no le gustan los judíos, pero tampoco le gustan los putos; los zurdos ni los faloperos. Como al 90% de las fuerzas de seguridad del mundo que conforman lo que podríamos denominar la "Comunidad Internacional de los Cabeza de Tacho". 

Es más un residuo cultural colonial que otra cosa, sólo que nos faltan unos años más de Normas ISO-LUBERTINO 9001/9002 para terminar de aprender los modales del Siglo XXI, ésos que los yankees se metieron a fuerza de repetición cinematográfica y fallos de la Corte Suprema de Justicia.

Y si algo tenemos para decir a nuestro favor es que tenemos cero (0) genocidios en nuestro haber, a diferencia de los Alemanes, los Turcos, los Chinos u otras naciones civilizadas del mundo que se sientan en la mesa de los que se reparten el petróleo sin que a nadie se le ocurra acusarlos de antisemitas.

Nuestros máximos exponentes del antisemitismo son los viejos ridículos y marginales de la foto que se juntan a comer un asado y le entran a la ensalada mixta de una ensaladera de plástico berreta. Al menos ésos son los que no la pilotean, porque también lo tenemos al Ing. Mauricio Macri, el hijo de un tano que se educó en el Colegio Cardenal Newman, se hizo ingeniero en la Universidad Católica Argentina y desde el año 2007 gobierna la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. A la sazón, se encuentra procesado por una causa de escuchas ilegales contra un dirigente de la Comunidad Judía al que se le ocurrió reclamar justicia por el atentado a la A.M.I.A.

No se preocupen que acá la comunidad judía no vive ni vivirá  jamás un mal rato, o al menos uno peor que el resto. La bomba en la A.M.I.A. no discriminó, y los 30.000 fueron de sabor surtido. Acá los que la pasan mal de verdad son los negros. Pero no los negros lindos que cantan bien y ganan medallas olímpicas. No, los otros.

Y analizar la causa A.M.I.A. como una cuestión de antisemitismo local es -en principio- oportunista, por no decir imbécil y mala leche. Porque sí, porque atrás de todo este tema no hay fanáticos religiosos. A decir verdad, hay tipos bastante desprejuiciados. Tipos que con tal de vivir sin trabajar, se sientan a tomar un cafecito con un judío, un musulmán, un cristiano o un ateo. Liberales de verdad, digamos.

lunes, 26 de enero de 2015

VERDADES CONVENIENTES


Año 1994. El Estado de Israel, bajo el gobierno del General Yitzhak Rabin se encontraba en una política aperturista hacia la Siria del Sr. Hafez Al-Assad (padre del actual presidente), en el marco de un proceso de paz vecinal. La política de Oriente Medio se maneja con una dinámica que escapa y por mucho supera el estancamiento anacrónico de nuestras clases dirigentes.

El 18 de Julio de ese mismo año explota un coche bomba en las instalaciones de la Asociación Mutual Israelita Argentina (A.M.I.A.), dejando como saldo 86 muertos -incluyendo al conductor suicida- y más de 300 heridos.

Esa misma madrugada el gobierno del Estado de Israel envía a suelo argentino al Subsecretario de Asuntos Latinoamericanos de la Cancillería de este país, el Sr. Dov Schmorak, con la misión de que establezca una reunión privada con el entonces presidente de la República, el Dr. Carlos Saúl Ménem.

El cable que solicitaba esta reunión hablaba de lo importante de "coordinar" entre ambos gobiernos "una versión coincidente" del atentado, dado que "algunos medios y partidos de la oposición están utilizando el hecho para atacar duramente la política pacifista del gobierno de Rabin".

El gobierno nacional argentino también tenía algunos pecadillos originales que ocultar -particularmente cierta afinidad del Presidente de la República con el clan Al-Assad que no era ningún secreto- y entre ambas naciones se acordó una verdad necesaria. La autoría del atentado no apuntaba bajo ningún concepto a Siria. Todos los cañones apuntarían entonces a Irán, porque ésa era la verdad conveniente.

Así se sentaron las bases para una investigación judicial que lleva ya 20 años, millones de pesos invertidos y que, lejos ya de cazar responsables del hecho, se conforma hoy con buscar encubridores.

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Bajo las premisas expuestas en la primera parte de este texto, era necesario que la investigación judicial fuera dirigida hacia nada que se asemeje a la justicia. Y así fue. Un circo mediático. Una causa abierta hacia el ether que se utilizó principalmente para chicanear gobiernos que jugaron siempre en off-side y apretar funcionarios retirados con patrimonios abultados. O también para articular relaciones entre agencias de inteligencia locales y agencias de inteligencia extranjeras, vaya a saber con qué fin.

Pero sobre todo para justificar el sueldo de un aparato de inteligencia civil que durante 20 años se financió con esto mientras se dedicaba a lo que realmente se dedica la inteligencia en este país: extorsionar poderosos y degustar las mieles del presupuesto público, gestionando la relación entre los gobiernos democráticos, el fuero penal federal y las fuerzas de seguridad. Todos ellos con un común denominador: secretos inconfesables que conviene no hacer muy evidentes.

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Año 2005. El kirchnerismo se encontraba en su etapa expansiva. Y en el marco de su política de atacar agendas pendientes de la impunidad en un país que vive de verdades convenientes, compró la Causa AMIA. Tal vez como un gesto de oportunismo, y quizás con un grado de nobleza. Quién sabe.

Compró la causa AMIA y la compró sin beneficio de inventario. Con Irán, sin Siria. Con la SIDE. El fondo de comercio completo. En esa obsesión de ir por todo se montó en la cruzada imposible hacia la nada misma. Y en el afán político de darle impronta propia, se designó a un fiscal propio. Entonces entró a jugar, de la mano del inigualable Alberto Fernández, el Dr. Natalio Alberto Nisman (el nombre Natalio era sin dudas el secreto más oscuro de este buen señor).

Pero esta causa estaba condenada inevitablemente al fracaso. Porque sí. Porque fue mal parida. Porque desde el minuto cero no se buscó esclarecer los hechos. Porque de premisas falsas, por más válido que sea el razonamiento, no se obtiene otra cosa que conclusiones falsas.

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Año 2015. El kirchnerismo en su etapa de contracción transcurrió los últimos años enfrentándose a todo tipo de corporaciones. Yendo por el campo se topó con Clarín. Avanzando contra Clarín saltó la Justicia. Y finalmente, interviniendo la justicia, apareció la SIDE. Como el final boss de un videojueguito.

Tal vez en esos 4 factores, si sumamos Techint, podemos resumir al poder que gobierna este país con prescindencia de los gobiernos que meramente transcurren.

Jamás me aventuraré a elaborar una hipótesis de los hechos que desembocaron en la elevada concentración de plomo hallada en la zona encefálica del Dr. Nisman y ante la duda diré que se trata de un suicidio. Nada ganaría nadie con leer una teoría conspirativa más de tantas que circulan en Internet.

Menos aún me atrevería a decir si el atentado fue responsabilidad de Irán, de Siria, de ambos o del Partido Comunista de Springfield.

Pero el paradigma dentro del cual la Causa AMIA tenía sentido tal como la conocíamos, fue abolido. Tal vez esto responde a factores exógenos e intereses inescrutables que jamás podríamos llegar a descifrar, y a un alineamiento de fuerzas del concierto internacional de naciones que hicieron posible obtener un memorándum de entendimiento con Irán con el patrocinio de la ONU sin que a nadie se le ocurriera bombardear nuestro califato justicialista. Queda para los expertos en política internacional echar luz sobre esto.

Lo que podemos asegurar sin mucho miedo a equivocarnos es que a alguien ya dejó de interesarle apuntar cañones contra Irán y pasó a ser Siria el responsable conveniente.

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El juez de la causa, las dirigencias de la comunidad judía local y la propia INTERPOL desautorizaban al fiscal, y la denuncia de público conocimiento contra la presidenta y figuras de la órbita del kirchnerismo resultó ser un cúmulo de transcripciones de llamadas telefónicas muy graciosas para comentar en la oficina, pero que no hacen verdad material suficiente para obtener un procesamiento para nadie.

Logran demostrar, sí, que D'Elía es un vendehumo y tiene problemitas de antisemitismo, pero ello no resulta una sorpresa para nadie. Más aun, seamos sinceros: Si queremos obtener mediante algún favor político el encubrimiento por una causa de terrorismo internacional, ¿La gestionaríamos seriamente a través de D'Elía?.

Finalmente, quienes durante 20 años vivieron de esta causa -funcionarios judiciales y agentes de inteligencia sobre todo- se vieron en la encerrona de explicarle a los argentinos cómo es que después de dos décadas utilizaron ingentes recursos públicos para revelar que a D'Elía le gusta juntarse a comer shawarma y hablar mal de Israel en una verdulería por Palermo.

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Una denuncia mal fundada por un fiscal en un caso tan sensible, en un momento tan especial y en el medio de una fenomenal interna entre un Gobierno y un servicio de inteligencia puede implicar el final de la carrera del funcionario judicial. Sobre todo si viene acompañada de un papelón público en el Congreso de la Nación.

Una denuncia mal fundada por un fiscal que murió a poco de presentarla mancha. Mancha y deja olor.

El costo político que pagará el Gobierno por esto aún no podemos llegar a medirlo. Ésta se trata de una situación inexplicable, como volver a tu casa borracho con un preservativo puesto y que  te pesque tu esposa. O tal vez explicarla implicaría decirle a la sociedad: Sí, este país es una mafia, todos los gobiernos que se suceden juegan con ella mientras intentan llevar a cabo su agenda de gobierno.

Tal vez sería una inigualable oportunidad para ir contra otra corporación y anular de una vez por todas uno de los factores de poder que desde el regreso de la democracia hasta la fecha se ha dedicado a extorsionar y cobrarle peaje a los representantes electos por el pueblo (muchos ellos con sendas cositas que ocultar, claro).

Lo más probable es que, como siempre, la Sociedad no quiera escuchar eso. Que nadie se tome nada en serio y que esto sólo sirva para que un canchero oficinista chicanee a un amigo K en el horario del almuerzo, o para que un candidato opositor obtenga algún rédito político prometiendo en campaña que si lo eligen ya no va a morir más gente blanca y profesional.

Quizás, en el fondo, la gente sabe que este país es una mafia, pero nadie quiera convencerse de ello dado que directa o indirectamente, a todos nos conviene que este país sea una joda.

Y muy probablemente todos volvamos a aferrarnos, una vez más, a otra verdad conveniente. Además, acaba de retirarse Riquelme.

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