
Dejando de lado la definición vulgar de Burocracia -que en la mayoría de los casos es utilizada en modo despectivo- en
términos Weberianos, la Burocracia es una clase social que centra su poder en la autoridad estatal. Ésta asume dos estratos claramente diferenciados:
1. La alta burocracia, constituida por los dirigentes políticos del Estado, incluidos los técnicos, los asesores y los especialistas. Ya sea que los dirigentes asuman el poder político del Estado por la vía del voto o ya por otros medios, la clase burocrática la constituyen los presidentes o primeros ministros, según el sistema político (republicano, parlamentario o mixto); los secretarios del despacho o ministros de los diferentes ramos de la
administración pública; los titulares de las entidades paraestatales, entre otros. Sucede que no solamente los empleados por el Estado son la burocracia, pues también lo son los dirigentes de los
partidos políticos y de los organismos que les constituyen:
sindicatos y otras agrupaciones. Esta alta burocracia, es decir, la élite del aparato estatal, o sea: el régimen acotado (el Estado menos el ejército, los dueños del
capital y el clero) constituye propiamente la clase dominante.
2. La baja burocracia, constituida por la "empleomanía" contratada no por el voto popular, sino por la designación del superior, a veces no sobre la base de los méritos del
desempeño, sino en razón de las relaciones de compadrazgo,
amistad, afinidad o intereses de
grupo. Existe también la base burocrática adherida al aparato estatal por la vía
laboral sindical. Se trata de los trabajadores y empleados propiamente dichos y al
servicio de los poderes del Estado.
Para Weber, todo parece indicar que es la autoridad la que proporciona el poder, de donde se deduce que tener autoridad es tener poder. A contrario sensu el razonamiento no es siempre verdadero, ya que tener poder no significa necesariamente tener autoridad. Tanto la autoridad como el poder que de ella emana dependen de la legitimidad, es decir, de la capacidad de justificar su ejercicio. El anarka agrega que el Poder depende de una correlación de fuerzas en la que la Autoridad Estatal es apenas un actor más, junto con el poder económico y otras corporaciones.
El penalista Eugenio Zaffaroni dijo
alguna vez que las Burocracias -como clase social- nunca se suicidan. Con esto quiso decir que la Burocracia, consolidada como corporación, hace valer su peso específico para defender sus intereses corporativos. Zaffaroni específicamente habla de las agencias de criminalización secundaria (policía; justicia; sistema penitenciario etc.) que reproducen el discurso de la inseguridad para garantizar su propia subsistencia en el tiempo, como una institución imprescindible.
Si transferimos esta idea al campo de la política, podemos citar el ejemplo de los Estados Unidos de América en que las agencias de inteligencia y seguridad -CIA; Ejército- promueven el discurso de la amenaza exterior -KGB; Al-Qaeda o el Narcotráfico- para justificar ante la opinión pública la necesidad de un financiamiento constante en su respectiva área.
Así mismo, del otro lado de la cortina de hierro, podemos ver el ejemplo de la Federación Rusia que luego de la caída de la Unión Soviética fue despedazando su abultada clase burocrática -una de los más nítidos ejemplos de Burocracia en la historia- hasta que ésta se vió contra las cuerdas, y sacó de la galera a un ex agente de la KGB (Vladimir Putin) para que se haga cargo de la situación y ponga freno a este proceso de desintegración.
Como en tantos otros sentidos, la Argentina es una excepción y nos sorprende a todos con su capacidad autodestructiva. Así es como asistimos a un proceso de desintegración de los intereses corporativos de la Burocracia durante los ´90, con la privatización de recursos imprescindibles para mantener su financiamiento (léase privatización de recursos energéticos), descomposición del marco legal que la protegía (leyes de flexibilización laboral) y hasta la eliminación directa de grandes organismos burocráticos (Entel; ELMA; etc.). Todo esto, claro, sin reacciones corporativas significativas.
Yendo aún más lejos, en la actualidad somos testigos de estas tendencias autodestructivas cuando vemos a empleados municipales votando a Macri. O peor aún, una clase política (clase burocrática por excelencia) acompañando a los grandes medios de comunicación -que representan intereses de otras corporaciones paraestatales- en un discurso detractor de la clase política; de la burocracia y de la primacía de la autoridad estatal. O sea, suicidándose.
Conclusión: el argentino es el verdadero anarquista, ya que odia al Estado. O más bien, el argentino es anarquista cuando le va bien y comunista cuando le va mal. Los Anarko Peronistas somos menos contradictorios que el argentino promedio, y es es lo que nadie nos perdona.