LA IRRESPONSABILIDAD AL PODER

Cómo bien explica acá el Lic. Baleno, la idea de reducir el IVA (Impuesto al Valor Agregado) como paliativo para la inflación y estímulo al consumo popular no resulta más que una consigna demagógica de campaña que en un escenario de inflación real y existente de causa ajena a una supuesta presión impositiva -sería más acertado apuntar contra las cadenas de valor y los formadores de precios- no sólo no redundaría en una real baja en los precios al consumidor sino que tendría como resultado disvalioso la descapitalización del Estado. Si en la actualidad el Estado no cuenta con las herramientas para controlar con mayor eficacia la escalada inflacionaria, ¿Cómo podría evitar que esos 2; 3 o quizás 5 puntos a descontar no pasen a engrosar el margen de ganancia de los formadores de precio? ¿Algún supermercadista acataría una orden de remarcar a la baja para reflejar esa disminución en el impuesto? Todo indica que no, que los precios se mantendrían estacionarios y que el Estado recibiría 2 o 3 puntitos menos de recaudación para lujos burgueses como salud, educación y planes sociales. Eficaz como una lipoaspiración para un sujeto que sufre un desorden de ansiedad y no hace deporte: el único beneficiario es el cirujano estético.

Como se dijo antes, esta consigna demagógica fue levantada en el pasado por numerosos exponentes de la centro izquierda -como supo ser Lilita allá por el 2003- pero no tardó en demostrar su verdadera naturaleza hasta este viernes pasado con las declaraciones del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que, enrolado en la tradición del Partido Republicano de EEUU, contrata asesores que le dictan que la presión impositiva sólo genera distorsiones negativas en el mercado (salvando la honrosa excepción del ABL que al parecer puede ajustarse en un 300% sin que esto afecte el poder adquisitivo de nadie).

Todos recordarán la polémica que se suscitó sobre fines del año pasado por el 82% móvil, causa por demás justa, pero en definitiva un proyecto de ley promovido irresponsablemente por los mismos actores que demostraron una y otra vez su incapacidad para gobernar el Estado sin quebrarlo y que tenía en miras gravar onerosamente los fondos del sistema previsional a un gobierno en ejercicio que se vio obligado a dar numerosas pulseadas políticas para poder constituir esos fondos (casualmente contra los mismos sectores que ahora pretendían disponer de ellos para hacer beneficencia).

Tanto por derecha como por izquierda, podemos apreciar que el enemigo a derrotar es la capacidad del Estado para recaudar, capitalizarse y constituir reservas monetarias, herramienta imprescindible de todo Estado soberano para dictarse a sí mismo sus propias políticas económicas dentro de cierto margen de independencia. Si quieren saber qué pasa cuando quiebra un Estado que desarmó su dispositivo recaudatorio, buscar cualquier libro de Historia Argentina contemporánea y leer lo que ocurrió entre 1998 y 2001.